San Juan Apocaleta



Difundid Señor, benignamente vuestra luz sobre toda la Iglesia, para que, adoctrinada por vuestro Santo Apóstol y evangelista San Juan, podamos alcanzar los bienes Eternos, te lo pedimos por el Mismo. JesuCristo Nuestro Señor, Tu Hijo, que contigo Vive y Reina en unidad del Espíritu Santo, Siendo DIOS por los Siglos de los siglos.












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"Sancte Pio Decime" Gloriose Patrone, ora pro nobis.





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domingo, 1 de abril de 2012

FIESTA DE LA SANTÍSIMA TRINIDAD


Amados hermanos en nuestro Señor Jesucristo:
En este primer domingo después de Pentecostés, la Iglesia nos pone ante los ojos el gran misterio de nuestra fe, en la Santísima Trinidad, que especifica nuestra religión, nuestra fe, el fundamento de nuestra salvación, que no se puede desconocer, que hace ser a la Iglesia misionera: “Id y predicad y bautizad en el nombre del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo, y enseñadles a observar todo cuanto os he mandado”.

Sin el misterio de la Santísima Trinidad no habría fe ni Iglesia y por eso debemos tenerlo presente para que no quede diluido, que no se pierda nuestra fe en un concepto natural de Dios. No es suficiente este concepto de la divinidad, de la deidad o concepto natural de Dios que aun los paganos tenían y que solamente este mundo impío concibe, el ateísmo. Nuestra fe es sobrenatural y lo es porque cree en el misterio de la Santísima Trinidad, que junto con el de la Encarnación son los fundamentales de la religión católica que están a punto de desaparecer.

Por eso se oponía San Atanasio cuando se negaba la divinidad de nuestro Señor por no admitir la Trinidad de las personas, en la cual había caído el arrianismo, justamente porque sin la trinidad de personas no puede haber Encarnación del Verbo. De allí el famoso símbolo atanasiano que decía que la fe católica consistía en creer en la trinidad de personas, en la unidad de la sustancia o la esencia o naturaleza divina sin confundir las personas y sin separar la sustancia de Dios porque no hay tres dioses, hay tres personas y un solo Dios verdadero, un solo eterno, un solo omnipotente. No hay tres eternos, tres omnipotentes, tres infinitos, sino un solo Dios, pero en tres personas; esto es un misterio que ni la inteligencia creada, ni aun la angélica puede entender ni podrá jamás , lo cual será el objeto de nuestra beatitud eterna, la contemplación de ese dogma revelado por Dios, por el Verbo de Dios, por nuestro Señor Jesucristo.

Debemos pues tenerlo muy presente para que no se diluya nuestra religión con las demás creencias y falsas religiones que tienen a Satanás por autor, su inspirador y que es lo que hoy patrocina el aberrante y herético ecumenismo que flagela la fe de la Iglesia y de los fieles con el patrocinio de los pastores. Esa es la realidad, esos son los hechos y por eso debemos afianzar nuestra fe en ese misterio, para no olvidar nuestra identidad como católicos, para que no quedemos amalgamados con un mundo apóstata que no acepta a la Iglesia, a nuestro Señor, a la fe.

Si el mundo aceptara el misterio de la Santísima Trinidad de la fe católica no habría judaísmo, budismo ni todas esas falsas religiones; habría una sola religión, la católica, apostólica y romana como será en el cielo y como de hecho lo es. De allí la gran herejía del ecumenismo aberrante de hoy que trata de diluir este misterio de la Santísima Trinidad. Con ésta se especifica nuestra fe y así nos hace cristianos por Cristo. No como los protestantes, que no quieren ser llamados o nombrados de esa manera y que usurpan hasta el nombre de cristianos, y no lo son porque no aceptan a Cristo en su conjunto y la totalidad de nuestro Señor Jesucristo llega hasta la Iglesia que Él nos ha legado como medio de salvación.

Por eso ellos no son cristianos; dividen a Cristo y todo aquel que fracciona a Cristo es un anticristo y por eso detrás del ecumenismo actual está el anticristo que lo divide. No nos debe sorprender porque así tiene que ser, lamentablemente, pero ¡ay de aquel por cuya culpa vengan el escándalo y la apostasía!

Y ¿por qué es un misterio inconmensurable al cual la razón no puede llegar por sí misma? Porque justamente este dogma tan difícil de expresar, de explicar, no puede concebirse naturalmente, dado que hay dos conceptos, dos nociones antagónicas como son lo absoluto y lo relativo y eso está conjugado en Dios y no lo podrá jamás explicar ningún intelecto creado. Nos podemos imaginar un Dios absoluto como de hecho lo conciben y lo concibieron los paganos y todas esas falsas religiones que creen en algún Dios vagamente; pero decir que ese absoluto está relativizado y justamente esa correlación en lo absoluto es lo que llamamos la persona o las tres personas divinas; eso ya no hay quién lo pueda explicar. Todo en este mundo quieren hacerlo condicional e introducir la relatividad en Dios es inconcebible porque todo relativo hace alusión a lo accidental, a lo circunstancial, a lo efímero, pero jamás a lo eterno, a lo absoluto; y, sin embargo, en Dios hay esa pertenencia personal que no es un accidente, que no es una circunstancia sino una persona, y por eso no hay inteligencia que lo pueda explicar. Lo que no quiere decir que sea absurdo sino incomprensible y por eso San Agustín, que meditaba a la orilla del mar queriendo escudriñar el misterio de la Santísima Trinidad, encuentra a un niño que llevaba agua a un pozo hecho en la arena y el santo le preguntó qué quería hacer, y el niño contesta “quiero verter el agua del mar en este pozo”. Replica el santo: “Imposible, ¿cómo vas a verter toda el agua de la inmensidad del mar en ese hueco tan pequeño”?; y el niño concluye: “pues mucho más imposible es meter en tu cabeza la inmensidad del misterio de la Santísima Trinidad”.

Nos podemos preguntar ¿por qué podemos hablar de relatividad en lo absoluto? Porque es la relación de origen lo único que distingue a las personas divinas, porque en todo lo demás son iguales, pero solamente en esa afinidad de Origen es que se produce la trinidad de personas. Por eso el Hijo es originado del Padre, como su pensamiento, como su Verbo y en eso se distingue de Él; y el Espíritu Santo que procede del Padre y del Hijo es espiración de mutuo amor entre ambos, que originan al Espíritu Santo. Y más no se puede escudriñar, aunque se podrían decir muchísimas cosas pero todas ellas no bastarían para que nos hiciéramos apenas un barrunto de lo que es la Trinidad. Y no hay palabra ni mente que pueda abarcar ni expresar ese inefable misterio que es básico en nuestra religión, porque sin él no hubo ni hay fe.

Porque aun en el Antiguo Testamento los Padres de antaño, que tenían fe, conocían la Trinidad, solamente que el pueblo no lo sabía de modo explícito sino implícito en la fe que tenían en los mayores; dice Santo Tomás que esos mayores eran los profetas y patriarcas y por eso Moisés pudo desear ver el día de nuestro Señor como Él mismo lo dice y por eso es la misma fe del Nuevo y Antiguo Testamento.

La diferencia consistía en la universalidad de la explicitación que todavía no había llegado hasta que el Verbo se encarnase y así con este hecho se produce la plenitud de los tiempos y por eso ahora sí debe ser público y explícito ese misterio que antes no lo era por todos y para todos. Eso es lo que explica Santo Tomás de Aquino, pero que lamentablemente los teólogos y, sobre todo, los modernos, y no lo digo refiriéndome a modernistas sino a los que están más próximos a nuestros tiempos, no han sabido decir, explicar y comprender yendo a esa luminaria que es Santo Tomás.

Por eso llegan muchos a pensar que se desconocía en absoluto el misterio de la Trinidad en el Antiguo Testamento, lo cual es un flagrante error que va contra el texto de las Escrituras y que si bien se ve sería una herejía; pero eso sirve para mostrar cuán desapercibidos estamos a veces en las cosas de Dios, aun aquellos que tienen la obligación de dar la luz de la doctrina a los fieles.

Debemos, pues, guardar en nuestros corazones estas verdades esenciales, sobre todo hoy, cuando son profundamente atacadas y no de frente sino sutilmente, lo que es peor, cuando se socava sin que nos apercibamos del daño que corre la fe.

Pidamos a nuestra Señora, la Santísima Virgen María, conservar una fe inmaculada como inmaculada fue Ella para que así podamos seguir tributando un verdadero culto a Dios. +

PADRE BASILIO MERAMO
26 de mayo de 2002