San Juan Apocaleta



Difundid Señor, benignamente vuestra luz sobre toda la Iglesia, para que, adoctrinada por vuestro Santo Apóstol y evangelista San Juan, podamos alcanzar los bienes Eternos, te lo pedimos por el Mismo. JesuCristo Nuestro Señor, Tu Hijo, que contigo Vive y Reina en unidad del Espíritu Santo, Siendo DIOS por los Siglos de los siglos.












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"Sancte Pio Decime" Gloriose Patrone, ora pro nobis.





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sábado, 6 de enero de 2018

EPIFANÍA DEL SEÑOR

Amados hermanos en nuestro Señor Jesucristo:
Esta fiesta de precepto es una de las grandes celebraciones de la Iglesia, de nuestro Señor mismo, a tal punto que antaño la Natividad de nuestro Señor se celebraba  y no el 25 de diciembre y fue en el siglo IV cuando por orden de Roma, del Papa, se obligó a que se celebrase el 25 de diciembre y no en la fiesta de la Epifanía; esto nos muestra que la fiesta de hoy era en la Iglesia primitiva de mucha mayor resonancia que la del 25 de diciembre, que no existía en muchos lugares. Y ¿por qué esta repercusión? Porque nuestro Señor se manifiesta al mundo, a los gentiles el día de hoy. Él nació el 25 a media noche, en el silencio, en el abandono, en la oscuridad de un mundo que no lo quiso recibir, que no le dio albergue ni posada.

En cambio, hoy, con la presencia de los Reyes que no eran ciertamente magos, ni brujos, sino Magos en el sentido de astrónomos, con cierto prestigio en su país porque escudriñaban el cielo; por eso les llamó la atención esa estrella que vieron en Oriente y la fueron siguiendo hasta llegar a Belén para adorar a nuestro Señor.

Los Magos, sabios astrónomos que venían de Persia según dice el patrono de los predicadores San Juan Crisóstomo, se convirtieron en los primeros padres de la Iglesia llevando de nuevo  la fe allá; esa estrella que ciertamente vieron mucho tiempo antes del nacimiento de nuestro Señor, como el mismo San Juan Crisóstomo dice, fue para que así pudieran llegar en esta fecha 6 de enero poco después de haber nacido nuestro Señor; de otra forma hubiera sido imposible hacer ese largo viaje en unos trece días y menos en aquel entonces. Por eso Herodes pregunta exactamente, como dice el Evangelio, por la aparición del tiempo de la estrella y por lo mismo no es de extrañar que mande matar a todos los niños menores de dos años, tomando las debidas precauciones para que no se le escape ninguno y para que aquel Rey no fructique, no viva.

Así, estos padres de la gentilidad que vieron la estrella en Oriente, un astro del todo milagroso porque era extraña toda su conducta, su presencia; su movimiento fue lo que les llamó la atención, su resplandor, su tamaño, alumbraba de día y de noche, les señalaba el camino, hasta que les indicó el lugar exacto en que estaba el niño con su madre. Estrella que ya había sido anunciada por los profetas, y así, cuando llegan los Magos a Belén preguntan por el Niño y le manifiestan a los judíos lo que ellos ya sabían por las profecías: que había una estrella, lo cual inquieta a Jerusalén y al mismo Herodes que tenía miedo de perder su poder si venía al mundo un rey judío y manda preguntar dónde iba a nacer ese monarca; todos unánimemente responden que en Belén de Judá; de allí saldrá el Rey de los judíos, el Salvador, el Mesías que ellos no quisieron aceptar.

Ahora bien, no es de extrañar que los Magos, viniendo desde tan lejos, hayan tenido esa fe para adorar a Dios, como lo dice San Juan Crisóstomo; fueron a lo largo del camino instruidos por Dios, por el Espíritu Santo, poco a poco, para que así después de engendrar en ellos esa fe adoraran a Dios, no a un niño sino a Dios Encarnado en Él, habiéndoseles revelado a ellos por el mismo Dios esos misterios insondables de nuestra fe.

Herodes pide hablar con ellos en secreto porque tenía miedo de que los judíos se dieran cuenta de sus intenciones; jamás pensaría que ellos no le irían a aceptar; creía, al contrario, que lo defenderían y por eso el miedo y la encuesta, que en secreto, les hace, y aun el tiempo que esperó para dictaminar su orden criminal; nuestro Señor permaneció en Belén cuarenta días y por lógica consecuencia, se ve en el evangelio que nuestra Señora, a los cuarenta días, fue al templo para la purificación y fue después de la huída a Egipto. También el pánico que tenía Herodes de ser descubierto en sus malas intenciones y su justificación al verse ya definitivamente burlado por los Magos que habían sido instruidos por Dios y por los ángeles para que volvieran por otro camino.

Vemos así cómo en este día, en la persona de estos tres Magos, está representada toda la gentilidad. Así como también por tres ramas de Noé se engendró todo el resto de lo que se salvó del diluvio. Por eso quizás a uno de ellos lo pintan un poco moreno, o negro, para mostrar en la variedad cómo los reyes de la tierra vinieron a adorar a nuestro Señor y al darle oro, incienso y mirra no hicieron más que mostrar el misterio que se escondía en ese Niño recién nacido. Con el oro se veneraba la realeza divina de nuestro Señor; con el incienso se le reconocía que era Dios, pues solamente a Él se le quemaba incienso, incluso en los ritos paganos quemar unos granos de incienso bastaba para salvarse de la muerte cuando las persecuciones en la Iglesia primitiva; con la mirra reverenciaban la humanidad de nuestro Señor, a ese hombre que iba a morir en la Cruz por nuestros pecados.

Por si fuera poco, no solamente en este día se celebra la Epifanía, que es la aparición, la manifestación de nuestro Señor cumpliéndose así la plenitud de los tiempos, la Teofanía, como dicen los griegos, sino que también como muestra Santo Tomás, nuestro Señor fue bautizado a los treinta años un seis de enero y las bodas de Caná fueron  un año después, en esa misma fecha. Entonces en este día se dieron en distintos años tres grandes misterios de nuestro Señor: su Epifanía recién nacido, a los treinta años su bautismo en el Jordán y un año después las bodas de Caná, que como lo dice Santo Tomás fueron las bodas de San Juan evangelista; día también en que nuestro Señor lo llama para que sea su discípulo, siendo el muy amado que dejó el lecho nupcial para seguir a nuestro Señor.

Por esta razón el amor de San Juan es sublime y lo convierte en el  más apreciado; él respondió al llamado de nuestro Señor, renunció al legítimo matrimonio, como lo dice Santo Tomás siguiendo a San Jerónimo, lo que a muchos fieles, oído por primera vez, les puede sonar y parecer raro; esto por la ignorancia y la poca preparación de los sacerdotes que no leen lo que han dicho los padres de la Iglesia y los Santos.

Personalmente me da pena, pero hay que señalarlo porque no se puede seguir entre tanta incultura, ocupados más en los chismes y en estupideces que en investigar lo de Dios o por lo menos la opinión de los Santos. En el peor de los casos, si uno se equivoca con un Santo Tomás, un San Jerónimo, un San Crisóstomo o un San Agustín, por lo menos estamos respaldados por esa autoridad no para decir tonterías en los sermones o inventar anécdotas y que la gente salga vacía; en los sermones no se trata de idear nada sino de repetir lo que otros, mucho más santos y más sabios y reconocidos en la Iglesia, han pensado, han dicho y han predicado. Esa es la importancia de la patrística que es la que nos pone en ese contacto, en ese conocimiento con lo que antaño se sabía y que hoy lo tenemos demasiado olvidado.

Hoy es un día tan solemne e importante que absorbió durante cuatro siglos la misma Navidad; fue en un seis de enero también en el siglo IV cuando el emperador arriano Valente se convirtió, asistiendo a la Santa Misa que San Basilio el Grande decía en ese entonces combatiendo al arrianismo. El emperador se acercó al altar temblando de miedo por la magnificencia, por la suntuosidad de la ceremonia y por la concentración de ese santo obispo que no atendió  a su presencia sino solamente a Dios y a su culto; casi cae desmayado si no lo hubieran sostenido y así fue, con toda esa majestad y solemnidad la ceremonia en que el emperador se convirtió y dejó de perseguir a los católicos y de favorecer a los arrianos.

Eso nos da una pálida idea, de cómo se celebraban antaño las ceremonias que eran manifestación de la fe, de esa fe que quizás nosotros no tenemos, porque si tuviéramos más confianza moveríamos montañas, no estaríamos dormidos, no aceptaríamos tantos errores y estaríamos más dispuestos a morir por la verdad. Nuestra fe está como una mecha que se apaga, porque vivimos más pendientes del mundo y del qué dirán, cuando no del gobierno y de la economía; ¡a la porra! ¿Qué política puede haber sin Cristo Rey? Ninguna. ¿Entonces cuál es la estupidez del hombre que quiere hacerla sin Dios? Por puro orgullo, por pura vanidad o puro fariseísmo y como castigo de todo eso vendrá entonces a gobernar el anticristo, porque si no reconocemos la realeza de nuestro Señor y que es Él el Rey de reyes sobre todo el universo, como lo aceptaron los tres Magos, entonces lo que va a admitir el mundo es el anticristo y su falsa paz, su falsa iglesia y su falsa religión. Eso debemos recordarlo hoy más que nunca porque cada vez nos acercamos más a ese lamentable hecho.

La fiesta de hoy debe recordar la importancia que tiene para nuestra fe y, por ende, para nuestra salvación y para la Iglesia católica, apostólica y romana ya que será al final de los tiempos sacudida por Satanás y éste, a través de sus supósitos se sentará en el Vaticano como lo dice la antigua fórmula del exorcismo, que después se quitó, y en la cual se pedía incluso para que Satanás no se sentara en la cátedra de Pedro.

Por eso es tan difícil ser hoy católico, apostólico y romano, aunque muchas veces tengamos que decir no a la Roma modernista ya que hay una infiltración que debe ser denunciada como católicos, apostólicos y romanos que somos y saber que Satanás se valdrá de obispos, cardenales e incluso hasta de un Papa, para destruir la Iglesia de Dios. Esa es la gran apostasía de los últimos tiempos, el misterio de iniquidad, la abominación de la desolación en el lugar santo. Y se necesitan obispos que así lo vean, que así lo digan y que así lo señalen. Es un dolor ver que no hay obispos ni buenos ni malos ni de la Tradición ni de los otros que viendo esto lo digan; y pensar que siendo yo un simple cura lo tenga que señalar; me da pena, pero es así y me veo obligado a indicarlo.

Que la Santísima Virgen nos proteja como a hijos indefensos en medio de un mundo que nos devora si no tenemos vigilancia y cuidado. Pidámosle a Ella que nos haga adorar en nuestros corazones, en nuestras almas, a nuestro Dios, a nuestro Señor y que así podamos vivir como verdaderos cristianos. +

P.BASILIO MÉRAMO.
    
6 de enero de 2003